Nuevamente
el frio acero de esa maldita hebilla pega en mi espalda. Las marcas son parte
de mí, no siento el dolor, no siento nada.
Me mira a
los ojos, esos ojos que hoy no reconozco, esos mismos que me miraron e
inundaron mi ser con palabras que hoy no demuestra. Pero hoy me canse. Hoy fue
suficiente de esto, ya no soporto más.
Me dirijo a
la cocina, huyendo y me sigue, me grita, me atormenta.
¿Que mas
puedo hacer?
La luz esta
apagada y creo que he olvidado donde se encuentra el interruptor. Y no se si la
habitación esta oscura porque no veo o no veo porque estoy a oscuras. Oscura
yo, oscuras mis intenciones, mis anhelos, mi futuro y mi vida. ¿Dónde quedaron
esos sueños que imaginamos? ¿Dónde esta ese amor que nos juramos?
Tú me
humillas, me maltratas y yo no hago más que seguir a tu lado, obedeciéndote
cual animal amaestrado.
Encuentro
la perilla de la luz, pero no estoy segura de accionarla, tengo miedo de verte
y en tu reflejo ver mi miedo, mi terror.
Finalmente
enciendo la luz, horrorizada intento tomar un cuchillo, pero, ¿Para que? ¿De
que me serviría? ¿Estoy dispuesta a usarlo, a lastimarte?
Si lo hago,
si me vengo, seré como tu, caeré tan bajo que ni Dios podrá levantarme, si es
que este existiera.
Nunca creí
en esos cuentos de hadas, siempre fui muy escéptica al respecto, a cada persona
que intentaba “ofrecerme” la palabra de Dios le decía: “No quiero sus palabras,
quiero sus acciones, ahora, hoy y para conmigo”.
Pero jamás
logre conseguir nada de ese amigo imaginario de adultos y la verdad es que prefiero
que no exista, porque si lo hace, realmente me odia.
Me puso
entre la espada y la pared, literalmente estoy así.
Mis
opciones se reducen a nada. Lo mato y vivo con esa culpa, esa carga enorme en
mi espalda por el resto de mis días. O dejo que me mate y ya no tendré ni sufrimiento,
ni culpa, ni carga, ni vida.
Ahora me
encuentro apoyada con mis manos sobre la mesada, esa que elegimos juntos,
cuando aun nos amábamos.
¿Aun nos amábamos?
¿Alguna vez me amo?
Pasan los
segundos y no logro conseguir la fuerza para hacerlo, espero que el tampoco.
El cuchillo
parece hablarme, ya creo que termine de enloquecer, o son las voces en mi
cabeza que me recuerdan todos los momentos en los que llore por esta bestia que
me hostigan para terminar con esta pesadilla que él un día decidió empezar.
Doy media
vuelta, aun con el cuchillo en la mano y una angustia inmensa. Lo miro
fijamente pero no logro verlo. No consigo enamorarme como lo hice la primera
vez. Entonces quizás si lo mato no estoy matando aquel amor, aquel hombre que
logro hacerme feliz, quien fue tierno y dulce conmigo.
Dejo de
pensar, mi mente se cierra, se acerca a mi, impulsivo sin ver que esta vez, por
primera vez después de 5 años, estoy lista para defenderme.
Cierro los
ojos, me tranquilizo y todo terminó.
Ya tengo
paz, ya nada ni nadie volverá nunca a agredirme.
Desde hace
mucho tiempo no me sentía así. Feliz.
Comienzo a
desvanecerme, quizás sea el cansancio.
Y
nuevamente escucho su voz. Otra vez tengo miedo ¿O no?
Ya no.
Ahora tengo paz.